jueves, 20 de agosto de 2015

Capítulo 2: Verano del 2000 (1)


No puedo mentir y decir que recuerdo la primera vez que vi Celanova, porque era demasiado pequeña como para acordarme ahora. Sin embargo, recuerdo la sensación que tuve cuando llegue, de paz, calma y tranquilidad absoluta. Como si en Celanova nada malo pudiera pasar, como si todas las desgracias y males del mundo no pudieran alcanzar aquel remoto lugar en las montañas de Galicia.

Si cierro los ojos puedo ver con total claridad cada rincón, cada calle y cada árbol de Celanova. Puedo recorrer la entrada al pueblo y la ermita de la Encarnación, puedo sentir las hojas bajo mis pies en la alameda y la sombra que proporcionan los ancianos y majestuosos álamos. Puedo tener cinco años otra vez y jugar en cada rincón del parque. Puedo recorrer la plaza paseando, sentarme en uno de los cafés del espolón y sentir la fría agua de la fuente salpicando mi cara. Puedo escuchar las campanas del monasterio repicar cada quince minutos y contemplar la imponente fachada, de color anaranjado y bañada por los últimos rayos de luz de la tarde. Puedo pasear por el frio claustro y disfrutar de la tranquilidad y el silencio que sus cuatro muros de piedra proporcionan. Puedo apreciar el olor del pan recién hecho en el horno, puedo oír a las personas del pueblo hablando con su encantador acento gallego. Puedo pasear por la piscina e imaginarme allí sentada bajo el sauce llorón que hay en la esquina. Puedo ver cada casa y tienda de Celanova.

Puedo hacer todo esto solamente cerrando los ojos, solamente cerrando los ojos puedo estar en Celanova como cada mes de agosto, puedo evadirme de todo e imaginar que estoy en el que es para mi el lugar más maravilloso del mundo.

Pero me estoy desviando, todo esto lo recuerdo ahora, pero no lo conocía entonces. Estoy segura aunque no lo recuerde bien, de que el primer verano en Celanova fue genial y contaba con la ventaja de que todo era nuevo y todo estaba aun por descubrir.

La primera tarde que pasamos en Celanova, no teniendo nada mejor que hacer, mi madre decidió que ir a la plaza a tomar una cerveza y que nosotros jugáramos por ahí, podía ser un buen plan para descansar del largo viaje de 8 horas que habíamos hecho para llegar a Celanova. Lo que ella no sabía era que esto se convertiría en una tradición que perduraría durante muchos años.


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